martes, 15 de junio de 2010

La ideología de un hombre forma parte de su concepción del mundo. Esta concepción del mundo constituye una suma, una práctica vital, cierta actitud frente a la existencia y a los otros hombres que se manifiesta de manera inconsciente en todos sus actos, en todos sus hábitos; es una visión de la sociedad y del trabajo que luego, bajo una forma más consciente, se reconoce en sus ideas, sus concepciones del derecho, sus opiniones políticas, su religión. En la vida práctica, el hombre adquiere la experiencia de lo que le es, en general, útil y necesario: eso es lo que considera bueno. Realiza también la experiencia de la manera en que debe comportarse en sus relaciones con los otros hombres: eso es lo que designa con los nombres de costumbre y de moral. El hombre realiza esta experiencia de manera más o menos consciente, y esta conciencia depende de la medida en que conoce las fuerzas más o menos generales, y a menudo muy poderosas, cuya acción no puede prever pero que determinan su suerte. Está en la naturaleza del espíritu humano considerar como esencial lo que ve que se repite de la misma manera a intervalos regulares y lo que es permanente, pues a partir de ello puede calcular y determinar sus acciones ulteriores. Así, a partir de la experiencia vital se forman nociones acerca de lo que es en general, y por consiguiente de manera esencial y permanente, bueno, malo, justo, moral. Así se forman las ideas generales sobre las fuerzas que dominan el mundo, que deciden acerca de la vida y de la suerte del hombre, del pasado y del porvenir, de los objetivos y del sentido de la vida. Y todas estas nociones se desarrollan y reúnen, constituyen una ideología, que se mantendrá sólida mientras el modo de producción, por consiguiente las formas de existencia de las que ella proviene, sean buenos y permanezcan sin cambio durante largo tiempo. Pero entonces la ideología se convierte en una suma de verdades intocables, sagradas, y se esclerosa. Ello no impide que se continúen enseñando esas verdades a la juventud, que se las presente ante ella como la herencia espiritual de la sabiduría de sus antepasados, que se le exija que se impregne de ellas para adaptarse más rápida y fácilmente al sistema social vigente.